François Magendie (1783-1855)

 

Como señala Ackerknecht, mientras en algunas áreas de la ciencia Francia florecía, en lo que se refiere a la medicina, estaba muy por detrás de Alemania. No es que sus médicos no estuvieran al tanto de los adelantos de sus vecinos, sino que, presos de un chovinismo estrecho, prefirieron apostar por el pragmatismo, la clínica y el conservadurismo.

François Magendie

En el periodo romántico destacó, sin embargo, un médico cuya importancia es declarada por todos los historiadores de la medicina, pero todavía hoy no disponemos de un estudio riguroso de su obra; nos referimos a François Magendie. Su actividad se sitúa en el origen de la fisiología experimental, la patología experimental y la farmacología experimental modernas. En su país, no obstante, su carrera científica fue lenta y difícil. Llegó a ser profesor del Collége de France a la edad de 47 años. Su labor la reconocieron antes los alemanes y los americanos que sus compatriotas.

En su tierra fue valorado más por sus aportaciones en terapéutica y como médico de los hospitales, lo que demuestra el poco interés que tenían los clínicos por la aplicación del laboratorio a la medicina.

François Magendie nació el 15 de octubre de 1783 en Burdeos. Sus padres fueron Antoine Magendie, cirujano, y Marie de Peray-Delaunay. Tuvo un hermano (Jean-Jacques) y ambos fueron educados siguiendo los principios de Rousseau, ya que su padre fue un republicano convencido.

En plena revolución marcharon a París. Su padre se dedicó más a la política que a la medicina. Su madre murió en 1792. Cuando Magendie contaba con diez años, todavía no sabía leer ni escribir. A petición propia ingresó en una escuela primaria donde muy pronto destacó como buen estudiante; le concedieron un premio por un trabajo sobre los “Derechos del hombre”.

A los dieciséis años trabajó de aprendiz en el Hôtel-Dieu con Alexis Boyer (1757-1833), segundo cirujano de la Charité y profesor de cirugía clínica en la École de Santé. Éste nombró a Magendie su prosector y obtuvo el nombramiento de interno de los hospitales de París tras el examen que se celebró el 7 de floreal del año XI (1803). Pasó al Hospital Sain-Louis y en febrero de 1804 fue trasnferido a los “Venériéns”. A consecuencia de la Revolución hubo en esta época muchos cambios y se promulgaron gran cantidad de normativas que afectaron también a la enseñanza y ejercicio de la medicina. Por ejemplo, muchos médicos tuvieron que realizar nuevos exámenes para poder seguir ejerciendo.

Consciente de la importancia del conocimiento de lenguas clásicas siguió cursos de latín y griego. En 1808 obtuvo el grado de médico tras realizar un examen práctico. Trabajó como ayudante de anatomía en la École de Médecine impartiendo cursos de anatomía y fisiología. El 24 de marzo del mismo año presentó su tesis de doctorado que llevaba por título Essai sur les usages de voile du palais, avec quelques propositions sur la fracture du cartilage des côtes. De su interés por la morfología, hay una estructura anatómica que lleva su nombre: Agujero de Magendie, u orificio que comunica el IV ventrículo con el espacio subaracnoideo.

En 1809 apareció la primera publicación de Magendie: "Quelques idées générales sur les phénomenes particuliers aux corps vivants", que apareció en el Bulletin des sciences médicales de la Société médicale d’Emulation, sociedad que tuvo entre sus iniciadores a Xavier Bichat. En este artículo ataca la teoría de las “propiedades vitales” y denuncia el insatisfactorio estado en el que se encontraba la fisiología francesa.

Publicó después diversos trabajos relativos a los órganos de absorción de los mamíferos, la acción de algunos vegetales sobre la médula espinal, el funcionamiento pulmonar, el vómito, el papel de la epiglotis en la deglución, y el funcionamiento del esófago, entre otros.

En 1809 Magendie presentó a la Académie des Sciences y a la Société Philomatique los resultados de su primer trabajo experimental que realizó con el botánico y médico Alire Raffeneau-Delille (1778-1850): Examen des effts de l’upas antiar et de plusieurs substances émétiques, Séance du 13 novembre 1809. Se trataba de una serie de experimentos ingeniosos realizados con animales; trataban de analizar la acción tóxica de varias drogas de origen vegetal. Estos experimentos pueden situarse en el comienzo del cambio que denominamos “de la materia médica a la farmacología experimental”. Magendie sostuvo que la acción tóxica o terapéutica de las drogas naturales depende de las sustancias químicas que contienen, y debe ser posible obtenerlas en estado puro. Desde 1809 sospechó la existencia de la estricnina, aislada más adelante por Pierre Josep Pelletier (1788-1842) en 1819. En 1817, en colaboración con este farmacéutico, Magendie descubrió la emetina, principio activo de la ipecacuana.

En 1811 Magendie fue designado profesor de anatomía en la Faculté de Médecine de París, disciplina que enseñó, al igual que cirugía,durante tres años. Exhibió una habilidad inusual durante sus operaciones en el École Pratique. Mientras tanto, su caracter fuerte le llevó a chocar con el profesor de anatomía, François Chaussier (1746-1828). Por otro lado, Guillaume Dupuytren, viendo en Magendie un posible rival, puso todo tipo de pegas y cortapisas para dificultar su carrera en la Facultad. En 1813 Magendie dimitió de su puesto y abrió una consulta como médico a la vez que organizaba un curso privado de fisiología.

En 1816 la muerte del cirujano Jacques Tenon (1724-1816) supuso una vacante en la Academia de Ciencias, pero fue elegido Constant André Dumeril (1774-1860) para cubrirla; Magendie tuvo que esperar. Entre ese año y el siguiente (1816-1817) aprecieron los dos volúmenes de Précis élémentaire de physiologie. Según Olmsted este texto estableció un nuevo estilo en los manuales llamando la atención de los estudiantes de medicina hacia el experimento como una nueva fuente de conocimiento.

En este texto, que tradujeron al castellano R. Frau y J. Frías en 1828, hace estas consideraciones que reflejan muy bien las ideas de Magendie:

 Las ciencias naturales han tenido, igualmente que la historia, sus tiempos. La astronomía ha empezado por la astrología la química hace poco no era más que un conjunto pomposo de sistemas absurdos, y la fisiología un largo y fastidioso romance; la medicina, un cúmulo de preocupaciones hijas de la ignorancia y del temor de la muerte, etcétera extraña condición del espíritu humano, que al parecer tiene necesidad de luchar con los errores para llegar al descubrimiento de la verdad.

Tal fue el estado de las ciencias naturales hasta el siglo XVII Entonces apareció Galileo, y los sabios pudieron aprender que para conocer la naturaleza no se trataba de forjarla ni de creer lo que habían dicho los autores antiguos, sino que era menester observarla y preguntarle además por medio de experimentos.

Esta fecunda filosofía fue la de Descartes y Newton, la propia que les inspiró constantemente en sus inmortales tareas. La misma que poseyeron todos los hombres de ingenio que en el siglo último redujeron la química y la física a la experiencia; la misma anima a los físicos y a los químicos de todos los Países les ilustra en sus importantes trabajos y forma entre ellos un nuevo vínculo social para siempre indisoluble.

¡Honor, pues, a Galileo! Su concepción feliz descubriendo la filosofía experimental ha acarreado verdaderamente la gran renovación deseada de Bacon, ha sentado las bases sólidas de las ciencias físicas, de estas ciencias que elevan la dignidad del hombre, dilatan sin cesar su poderío, aseguran la riqueza y la felicidad de las naciones, hacen nuestra civilización superior a la de todos los tiempos pasados y preparan un porvenir todavía más lisonjero y afortunado.

¡Ojala! pudiera decir que la fisiología, este ramo tan importante de nuestros conocimientos, ha tomado el mismo vuelo y sufrido la misma metamorfosis que las ciencias físicas, pero, por desgracia, no es así. La fisiología, para muchos, y aun en casos todas las obras de este ramo, aparece tal cual era en el siglo de Galileo, un juego de ]a imaginación; tiene sus diferentes creencias y sus opuestas sectas; invoca la autoridad de los autores antiguos, los cita como infalibles y pudiera llamarse un cuadro teológico caprichosamente lleno de expresiones científicas.

Sin embargo, en diferentes épocas se han presentado hombres que han aplicado con feliz suceso el método experimental al estudio de la vida; todos los grandes descubrimientos fisiológicos modernos han sido otros tantos productos de esta clase de esfuerzos. La ciencia se ha enriquecido con estos hechos parciales, pero su fortuna general y su método de investigación ha quedado el mismo, y al lado de los fenómenos de la circulación, de la respiración y de la contractilidad muscular, etc., vemos todavía simples metamorfosis colocadas en la misma línea y en el mismo grado de importancia, tales como la sensibilidad orgánica, algunos seres imaginarios, como el fluido nervioso, y ciertas palabras ininteligibles, como la fuerza o el principio vital.

Mi principal objeto al publicar la primera edición de esta obra fue contribuir a cambiar el estado de la fisiología, reducirla enteramente a la experiencia y, en una palabra, producir en esta hermosa ciencia la misma feliz revolución introducida en las ciencias físicas.

No me he engañado acerca de las grandes dificultades que era preciso vencer; las conocía, son inherentes a la naturaleza del hombre, y también son fenómenos fisiológicos.

Fuertes preocupaciones sobre el aislamiento en que la fisiología se dice debe estar de las ciencias exactas; una extremada repugnancia a los experimentos en animales; la pretendida imposibilidad de aplicar sus resultados al hombre; una ignorancia casi completa de la marcha que debe seguirse para el descubrimiento de la verdad; una adhesión ciega a las ideas antiguas, fomentada siempre por la indolencia y la pereza; la obstinada pasión de los hombres, si así puede decirse, por los errores que una vez adoptaron, aun aparte del interés particular que puede moverles a persistir en ellos, etc. He aquí algunos de los muchos obstáculos que es indispensable superar.

Son grandes, sin duda, pero, cierto de hallarme en la verdadera ruta, y contando con la dulce y constante influencia de la verdad, no he dudado, ni dudo todavía, del buen éxito de mi empresa para un tiempo que no considero lejano.

Los sistemas sobre las funciones orgánicas no se merecen ya una aceptación tan favorable, y para dar a luz una obra de fisiología amena y apreciable es indispensable hacer, o a lo menos decir, que se han hecho experimentos.

La preocupación, tan perjudicial como absurda, de que las leyes físicas no tienen ningún influjo sobre los cuerpos vivos va perdiendo su fuerza; los despreocupados empiezan a concebir que en el animal vivo pueden verificarse diferentes fenómenos y que los actos meramente físicos no excluyen las acciones puramente vitales. Esperamos que en adelante los fisiólogos no harán ya alarde de ignorar hasta los primeros elementos de la física y de la química ni darán en sus obras deplorables pruebas de esta ignorancia.

En el día no se duda ya que las investigaciones en los animales son aplicables, y aun con una precisión admirable, a los fenómenos de la vida del hombre; la viva luz que los recientes experimentos relativos a las funciones nerviosas acaban de difundir sobre la patología remueve toda incertidumbre bajo este respecto.

Pero lo que mejor prueba la utilidad de los experimentos fisiológicos es el sinnúmero de personas que se dedican en el día a esta clase de investigaciones y la rapidez con que los descubrimientos más importantes, y del todo inesperados, se suceden desde algún tiempo y hacen de la ciencia de la vida una ciencia enteramente nueva.

Pocos años han de transcurrir antes de que se conozca que la fisiología íntimamente unida a las ciencias físicas no puede dar un paso sin el auxilio de éstas; entonces adquirirá el rigor de su método, la precisión de su lenguaje y la certeza de sus resultados. Perfeccionada de esta manera, se constituirá superior al alcance de esa multitud ignorante que, vituperando sin cesar e incapaz de aprender ni de adelantar jamás, está siempre pronta y armada cuando se trata de oponerse a los progresos de la ciencia. La medicina, que no es más que la fisiología del hombre enfermo, seguirá pronto una marcha análoga y se elevará en breve al mismo grado de perfección. Esperemos que de este modo desaparecerán de una vez toda esa caterva de sistemas groseros que tanto tiempo hace la están desfigurando.

Aunque conocido como fisiólogo, Magendie no descuidó la práctica clínica. Sin embargo, no tuvo plaza durante mucho tiempo. Esto le acarreaba problemas; se quejaba, por ejemplo, de no poder realizar ensayos clínicos con los nuevos medicamentos. En 1818, tras realizar un examen, pasó a formar parte del Bureau Central des Hôpitaux Parisiens, pero el puesto no llegó hasta 1826 cuano fue nombrado adjunto en la Salpêtrière. Durante este periodo recibió el apoyo de su amigo Henri-Marie Husson (1772-1853) para observar los resultados de los tratamientos con las nuevas sustancias y dar un curso clínico en el Hôtel-Dieu. En 1818 también luchó por la “cátedra” de anatomía y fisiología de la Facultad, pero en esta ocasión la ganó Beclard.

Ese año, en 1818, publicó un estudio clínico sobre los cálculos, el mal de piedra, y su tratamiento, y en 1821, apareció el Formulaire pour la préparation et l'emploi de nouveaux médicamens... en el que se trata, según el autor, de la acción y preparación de un gran número de drogas que en ese momento eran nuevas, algunas consideradas como venenos. Entre estas figuran la estricnina, la morfina, el opio, el ácido prúsico, el aceite de croton, y el cianuro de potasio, la narcotina, la narceína, la codeína, la veratrina, la quinina y la cinconina, entre otras. Este texto se reeditó varias veces y en varios idiomas. Al castellano fue vertido en 1827 por José Luis Casaseca.

El plan de descripción de cada sustancia es el siguiente: noticia sobre el descubimiento de la sustancia, método de preparación, acción sobre los animales y el hombre a dosis diferentes, usos terapéuticos con información sobre dosis, administración y opiniones de médicos que la han empleado. Deja claro que la acción es la misma para el hombre y para los animales, acabando con la creencia contraria que existía entonces. Este libro supuso un hito en la historia de la farmacología experimental. Constituye un claro ejemplo de que en esta época los médicos disponían de un repertorio de sustancias químicas puras, de composición conocida con las que podían experimentar desde el punto de vista cuantitativo.

De este texto extraemos estos significativos párrafos:

"No obstante la oposición de los médicos del siglo décimo séptimo; y la famosa sentencia del parlamento que proscribió el emético, a pesar de los chistosos sarcarmos de Guy-Patin, la utilidad de las preparaciones antimoniales ha sido reconocida mucho tiempo hace, y felizmente por esta vez la preocupación se ha sometido a la experiencia.

Esperamos que lo mismo sucederá con las nuevas sustancias que la química y la fisiología, de común acuerdo, nos señalan como unos medicamentos preciosos; la repugnancia que muchos prácticos ilustrados tienen en usarlos desaparecerá pronto en vista de los resultados de la experiencia, que hacen apreciar cada día más sus ventajas.

Entre las varias causas que han retardado los progresos de la materia médica, es necesario contar la imposibilidad en que se hallaba el análisis química de aislar los diferentes elementos que componen los medicamentos. Pero aunque se hubiera podido hacer este análisis como en la actualidad, la persuasión en que estaba y en la que se hallan todavía algunas personas, de que los medicamentos obran de distinto modo sobre hombres que sobre animales, habría impedido el conocerse las propiedades de estos distintos principios. Sin embargo, esta opinión es muy equivocada; porque quince años de experimentos de todas clases hechos en nuestro laboratorio, y en los enfermos que hemos visitado, nos ponen en estado de asegurar que los medicamentos y los venenos obran del mismo modo en los hombres que en los animales. Mi certeza en esta materia es tal, que no tengo el menor temor de experimentar en mí mismo las sustancias de cuya benignidad hemos podido asegurarnos en nuestras tentativas sobre los animales; pero no aconsejamos a nadie que haga la prueba en sentido inverso.

Esta es la marcha que hemos seguido y por la cual hemos llegado a señalar las propiedades fisiológicas y las virtudes medicinales de la mayor parte de las sustancias reunidas en este Formulario.

Son ya bastante numerosas y obras eficazmente en cortas dosis: están exentas de todo principio que pudiera ocultar o impedir su acción; sus efectos son ciertos y bien caracterizados, y no pueden desconocerse, pues se han estudiado sobre los animales igualmente que sobre el hombre sano y enfermo. Siendo conocidas sus propiedades químicas, y perfectamente determinado el medio de conseguirlas, no hay que temer variación alguna en su fuerza o en su modo de obrar. En fin, cada una de estas sustancias es un medicamento sencillo y enérgico, y el tiempo decidirá definitivamente acerca de las ventajas o las inconvenientes que presenten...".

Sin embargo, Magendie afirma que en la práctica clínica las cosas eran diferentes, ya que, a veces, prefería emplear un simple vaso de leche contra la dispepsia en vez de uno de los productos que analiza en su obra, o salicilina en vez de un alcalaoide contra la fiebre. Tampoco se atrevió a usar el ácido prúsico contra la tos. Se puede decir que popularizó el uso de la quinina aún con la fuerte resistencia que ofrecieron muchos médicos de la época. Cayó en la tentación de usar el idodo casi como un remedio universal contra la sífilis, escrófulas, tuberculosis, cáncer y epilepsia. Hay que tener en cuenta que, pese a lo visto, Magandie fue uno de los mayores escépticos de la medicina francesa, como opina Ackerknecht.

Con el nombre de “Solución de Magendie”, se conoce la solución de sulfato de morfina en agua para inyecciones hipodérmicas.

A partir de 1818 impartió durante varios años conferencias sobre anatomía y fisiología en el Real Ateneo. En 1819 fue elegido miembro de la Academia de Medicina y el 19 de noviembre de 1821 fue designado para ocupar la silla que Jean-Nicolas Corvisart (1755-1821) había ocupado en la Academia de Ciencias. En 1829 llegó a ser presidente de la Societé Médicale d’Emulation.

Por entonces Magendie había colaborado ya en revistas como el Journal universel des Sciences Médicales, Nouveau Bulletin de la Societé Philomatique, Annales de Chimie et de Physique, Nouveau Journal de Médecine, entre otras. En junio de 1821 apareció el primer número de su Journal de Physiologie Expérimentale, que después se llamó Journal de Physiologie Expérimentale et Pathologique. Se publicaban cuato números al año que constituían un volumen anual. El primero contenía trece trabajos del propio Magendie. La empresa resultó un éxito económico destinando los beneficios a mejorar la edición. Parece que personalmente comprobaba los experimentos reseñados en los artículos que le remitían para su publicación. Publicar en esta revista era sinónimo de calidad y prestigio.

En el volumen segundo apareció el trabajo de Magendie dedicado a explicar las funciones de las raíces espinales. Destruyendo en perros las raíces anteriores o posteriores descubrió que las primeras eran motoras y las segundas sensitivas. En otro número contaba los resultados al realizar neurotomías de los miembros inferiores con la asociación de estricnina, de tal forma que si se había seccionado la porción motora no se presentaba tetanización.

Algunas de estas experiencias fueron realizadas y publicadas en 1811 por el británico Charles Bell (Idea of a New Anathomy of the Brain, submitted for the observation of his friends), aunque circularon de forma muy restringida. Para éste las raíces ventrales serían responsables del movimiento y de la sensación, y las posteriores se ocuparían del control del crecimiento y de “simpatías” de los miembros. Magendie leyó el trabajo y reconoció que el británico estuvo a punto de demostrar el cometido de las raíces nerviosas. Después de algunas disputas y de que algunos científicos tomaran partido por uno u otro autor, Magendie hizo valer sus derechos. Hoy, sin embargo, se habla de la ley de Bell-Magendie.

En 1822 y 1827 reeditó con notas propias las obras de Bichat Recherches physiologiques sur la vie et la mort y Traité des membranes en géneral et des diverses membranes en particulier.

Durante un viaje a Inglaterra en 1824 Magendie impartió varias demostraciones públicas de su método experimental especialmente la de la sección de los nervios craneales en perros vivos. La crueldad de las mismas provocó una campaña en contra de estas prácticas. Hoy todavía existen grupos con mucha influencia en contra de este tipo de experimentos. En su apoyo hay que decir que en muchos centros se practican experiencias completamente inútiles que implican sufrimiento y muerte de centenares de animales. Este hecho no tuvo ninguna repercusión del lado francés; simplemente, algunos médicos le reprocharon que realizara experimentos con pacientes. Sin embargo, a través de sus publicaciones se observa que nunca eran pruebas peligrosas para sus enfermos.

Mientras estuvo en Inglaterra se produjo una epidemia de cólera que siguió con interés. Al regresar a Francia aparecieron allí los primeros casos. Magendie recomendó que se realizara un tratamiento sintomático, pero se equivocó al afirmar que no se contagiaba igual que lo afirmó de la fiebre amarilla y que no era necesaria la cuarentena: (“..., et comme d’ailleurs l’experiénce apprit que la maladie nouvelle n’etait nullement contagieuse”. Estas ideas tuvieron consecuencias nefastas cuando fue designado director del Comité Asesor de Higiene Pública después de 1848. Sin embargo, Magendie hizo una contribución positiva al estudio de infección: demostró experimentalmente que la saliva de perros rabiosos contenía un principio contagioso. Tampoco fue partidario de la anestesia quirúrgica, como veremos más adelante.

En 1825, con otros autores publicó la Anatomie des systèmes nervex des animaux à vertebres appliquée à la physiologie et à la zoologie.

En 1830, obtuvo la dirección de un departamento hospitalario, exactamente la sala de mujeres del Hôtel-Dieu. Ese mismo año contrajo matrimonio con Henriette Bastienne de Puisaye. Adquirió una propiedad en Sannois, Seine-et-Oise, donde se retiró cuando se acercaba la vejez, especialmente a partir de 1845 cuando dejó el Hôtel-Dieu.

En 1831 concluyó la publicación del Journal de Physiologie Expérimentale, pero cuatro años más tarde apareció Comptes Rendus Hebdomadaires des Séances de l’Académie des Sciences, donde Magendie también participó de forma activa.

Desde el 4 de abril de 1831 substituyó a José Claude Anthelme Récamier (1774-1852) en la “cátedra” de medicina del Collège de France. Allí cambió muchas cosas; sustituyó la enseñanza teórica consistente en la exposición de doctrinas médicas por demostraciones públicas del método experimental; en vez de enseñar medicina clínica como se desarrollaba junto a la cama del enfermo, se concentró en la presentación de los resultados sobre fisiología y patología que había obtenido en sus experimentos con animales.

Hacia 1836 la Academia designó a Magendie para la comisión que iba a estudiar el tratamiento del muermo de los caballos. Se la conoce con el nombre de “Comisión Hipiátrica”. Funcionó durante muchos años con ciertos cambios durante los cuales aparecieron cuatro volúmenes de Memorias en los que Magendie y Rayer hicieron valiosas contribuciones en fisiología experimental. También formó parte de otras comisiones, como la denominada “Comisión de la gelatina” que determinó que con la gelatina extraída de los huesos no se podía alimentar durante mucho tiempo a una persona y no podía sustituir a la carne en la alimentación.

Entre abril de 1836 y abril de 1838 fueron apareciendo a razón de un volumen por curso, sus lecciones del Collège de France. En 1842 fueron reeditadas con el título Fenómenos físicos de la vida, lo que indica cierta rebelión frente al vitalismo de Bichat.

En 1851 y 1852 impartió todavía lecciones en el Colegio de Francia, que fueron publicadas en 1852 por Fauconneau-Dufresne. Fue su último curso y el gobirno le concedió la Legión de Honor. Un mes más tarde España lo nombró Caballero de la Real Orden de Carlos III. Poco a poco su discípulo Calude Bernard fue sustituyendo en todos los ámbitos a su maestro.

Ya en su época se conocía y hablaba del mal carácter que tenía Magendie. Algún científico llegó a decir que se creía “dueño de la fisiología”; lo cierto es que en vida se creyó merecedor de premios y distinciones. Con el paso de los años se volvió más conservador. Este hecho se hizo patente en su obcecación de no aceptar la anestesia, lo que le llevó a rozar el ridículo. Las primeras noticias del uso del éter en Estados Unidos y Gran Bretaña llegaron a Francia en 1847. No asistió a la sesión de la Academia donde se informaba del tema ni escuchó los informes de Velpeau y Roux al respecto. Para él el asunto era más propio del público amante de lo milagroso e imposible que de los científicos. Los cirujanos comenzaron a utilizar con éxito la anestesia mientras Magendie sostenía que el dolor era necesario para evitar que el cirujano fuera demasiado lejos; era el motor de la vida. De esta forma transcurrieron varias sesiones de la Academia en las que se abordó el tema.

A pesar de esta actitud las contribuciones de Magendie a la fisiología, farmacología y toxicología no admiten disputa. Entre éstas la observación permanente y renovada de la secreción de moco en la mucosa gástrica o del goteo continuo de bilis desde el ductus choleducus, la detención de los movimientos peristálticos del esófago tras la sección del vago; la explicación de porqué el alimento no vuelve al esófago desde el estómago.

Estudió la alimentación parcial a base de hidratos de carbono, grasas y dextrinas. Observó la velocidad de circulación del quilo. Seccionó muchos nervios para ver los fenómenos deficitarios a que daban lugar. Observó el flujo pulsátil de la sangre en las arterias inmediatas al corazón y trabajó también en las modificaciones de la tensión arterial. Éste es sólo un pequeño repertorio de sus muchas contribuciones.

Murió de una afección cardíaca en su casa de Sannois el 7 de octubre de 1855.

José L. Fresquet, Instituto de Historia de la Ciencia y Documentación (CSIC-Universidad de Valencia), España, Agosto, 2004.

Bibliografía

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